¿Diamante o mierda?

Posted on 29 junio, 2012

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Una de las últimas novelas potables de Chuck Palahniuk gira en torno a la frase-idea “What you don’t understand you can make mean anything”. Lo que no entiendes puedes hacer que signifique cualquier cosa. Es decir, que “no entiendo” o “no lo pillo”, si tú no quieres, pueden no ser opciones. Ni siquera “¿hay algo que entender? ¿hay algo que pillar?”. Todo es interpretable y todo es válido, sobre todo en el arte. Todo el mundo puede ser artista y todo el mundo puede entender el arte. Y si no lo hacen, son tontos. Si no lo entiendes, invéntate que sí. Si no hay nada que entender, decide que sí lo hay. Si el emperador va desnudo, ¿qué importa? Tú di que lleva un maravilloso traje… transparente.

El mérito de ‘Diamond Flash’ es existir, haber sido posible. Demostrar que el cine y las salas de cine son una pareja abierta. Que el primero es viable sin las segundas y que Internet, considerado tantas veces el enemigo de lo cinematográfico, es la solución. La solución al problema de la distribución de las películas menos comerciales, del cine de autor extremo, del arte cinematográfico puro, de lo underground, de lo minoritario, de lo raro, de lo infinitesimal y del riesgo puro. También de lo amateur, de lo prepotente y de lo mediocre. De terabytes y terabytes de basura a granel. Internet permite que todo el mundo (un servidor el primero) cuelgue sus “creaciones” al alcance de todos y, con suerte, cobre una cantidad simbólica a los que decidan echarles un vistazo. Visiblidad, pero no dinero. O no suficiente para vivir dignamente. Esta ecuación que tan mal se lo está haciendo pasar a muchos profesionales de los medios de comunicación (no te pago, pero te apoyo, o eso digo), cuando se trata de arte tiene todo el sentido. Porque el arte es libre y el derecho a vivir de él no existe. Uno hace arte para expresarse, no para facturar.

Desgraciadamente, para hacer cine (porque lo seguiremos llamando así, aunque quizá no deberíamos) hacen falta más medios que para pintar un cuadro o escribir una novela. Hay una cosa que se llama “producción” que hasta en los bodrios monoplano de Warhol tiene que existir. Reducirla al máximo es lo que tratan de hacer todos aquellos que empiezan a rodar películas destinadas a ser distribuidas, en principio, sólo online. Que esa falta de producción se supla con talento es otra cosa. La peligrosa figura del director-productor-guionista, del artista total, vuelve a aparecer. El señor creador. El que ni pide ni acepta segundas opiniones. Aunque sea la primera vez que coge una cámara.

En ‘Diamond Flash’ Carlos Vermut ejerce precisamente de eso, de Autor mayúsculo. Y derrapa. Su película es un sindiós que, si bien puede tener algún sentido, exige que el espectador se lo encuentre, haciendo de corrector del guionista y el director. Las más de dos horas que dura la cosa son un auténtico despropósito. Cine libre, sí. Cine underground, también. Pero es que ninguna de estas dos cosas es buena por definición. Ni salvoconducto o excusa para nada. Que Vermut haya podido hacer una película y que quien quiera pueda verla es un triunfo incuestionable. Pero eso no hace que la película sea mejor de lo que es. O que sus actrices no den pena, de malas que son. O que no se note la indigestión de Haneke y Lynch del director. O que no tenga uno ganas de soltar una carcajada cada vez que ve otro cliché pedante y sobadísimo. Los “capítulos” en los que se estructura (es un decir) ‘Diamond Flash’ portan títulos como “Familia” o “Identidad”. Muy ridículo. Y muy visto. Así todo.

Pero como ahora parece que hemos decidido que no hay nada bueno ni malo, ni baremos, ni criterios, que todo vale y que todas las opiniones son igual de respetables, lo mismo ‘Diamond Flash’ te parece una maravilla. Como a mi veneradísimo Marcos Ordóñez, cosa que no entiendo. O como a la mayoría de los asistentes a la proyección en la que yo la vi. Un público, ganado de antemano, que lo perdona todo y se ríe con todas, absolutamente todas, las líneas de Miguel Noguera. Segunda cosa que no entiendo.

‘Diamond Flash’ tampoco la entiendo, así que haré que signifique lo que yo quiera. Para mí su sola existencia es la prueba de que, por un lado, la distribución (vale: comercialización) de contenidos por internet es posible, necesaria y fructífera. Por otro, que es campo abonado para la confusión, las pajas mentales que no pasarían la criba del festival más demencial (bueno, eso igual sí, que los hay muy locos) y los delirios de grandeza con ínfulas artísticas.

Los largometrajes online son los nuevos cortos. O sea, que el cine tradicional realmente no está tan en peligro. Lo estará cuando alguien se atreva a utilizar por necesidad creativa real, argumentos, formatos y estéticas que no transpiren envidia por todos los poros. Envidia de las películas que sí se estrenan en salas, de las series que emite HBO, de los premios de Jaime Rosales o del onanismo artístico del video-performer de turno. Cuando internet no sea considerado una plataforma de segunda, habremos dado el paso. Y cuando lo que se lance a internet sea, no sólo nuevo, sino además bueno, no habrá que interpretarlo. Porque las grandes obras requieren muy poca interpretación, no nos engañemos. Aguantan tomos y tomos de ensayo y análisis, pero no los necesitan para ser brillantes y válidas. ‘Diamond Flash’, por sí misma, no vale una mierda, aunque como concepto, es muy esperanzadora. Artistas conceptuales elevados y cargados de soberbia nos sobran. Buenos cineastas, no. Carlos Vermut no lo es. No lleva un exquisito traje transaprente. Va desnudo.

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