
“Deberías hacer yoga”
Esta frase hace unos años indicaba que estabas hablando con alguien vegetariano y/o budista y/o raro y/o peligroso. Ahora ya no. Yo mismo podría decírtela en un momento dado, sin ser yo nada de eso. O no todo. Deberías hacer yoga. Yo hago yoga. Mal, pero lo hago. Y me funciona. Porque ahora se puede decir eso: me funciona. No “me ha cambiado la vida” ni “me ha abierto un mundo nuevo”, no. “Me funciona”. Incluso “me sirve para conocer mujeres emocionalmente vulnerables, disponibles y fáciles”. Esto último no lo digo yo, pero lo he oído y (no os cabreéis, chicas) tiene su parte cierta. Eso sí, muchas de esas mujeres son vegetarianas y/o budistas y/o raras y/o peligrosas. Las cosas han cambiado, pero no tanto.
Vayamos al grano. Queréis mis consejos, necesitáis mis consejos. De acuerdo, aquí van:
Diez cosas que debes saber antes de practicar yoga por primera vez:
1. Funciona. Si haces habitualmente estiramientos después de correr o nadar, sabes que marcan la diferencia entre una recuperación rápida y otra más lenta y agujetosa. Pues bien, el yoga son estiramientos. Y si haces ejercicios de respiración sabes que, con un poco de constancia, también ayudan. Pues bien, el yoga son ejercicios de respiración. Así que sí, yoga sí.
2. Pero tarda en funcionar. Por eso es tan importante que te fies del punto anterior. Tras tu primera clase (o “sesión”, o “práctica”, o como quieras llamarla) te arrepentirás de haber nacido. Y de tener articulaciones. Espera, dale otra oportunidad, dale otras diez oportunidades. Confía, aguanta, traga.
3. Es femenino. Esto es así. La proporción hombres-mujeres en una sala de yoga siempre está descompensada. Uno por cada cuatro, diría yo. Hay excepciones, pero no es lo normal. Las mujeres hacen más yoga porque están mejor dotadas por definición para esa práctica y porque les gusta más, supongo. O porque les ha cambiado la vida. O porque funciona.
4. Es duro. Es que es un clásico eso de ver entrar a señoras muy mayores en la clase y pensar “esto está chupado”. Luego, cuando las señoras en cuestión han convertido grácilmente su espina dorsal en un nudo marinero y tú aún luchas por tocarte los dedos de los pies con los de las manos, la cosa cambia. ¿Si ellas pueden tú también? NO.
5. Es un proceso. Y uno que empieza muy abajo. Lo que uno logra en su primera clase es como la centésima parte de lo que logra en la décima. Los avances son lentos, pero son avances. Conozco pocas disciplinas “deportivas” en las que uno esté tan orgulloso de llegar donde antes no llegaba. Pasar de ser una “persona doblada locamente” a una “persona doblada en plan bien” le llena a uno de orgullo y satisfacción.
6. No es una secta. No hay que “creer” en el yoga, no hay que “creerse” el yoga. Bien practicado, se trata de una técnica, de un ejercicio, de algo que, si bien tiene un componente mental (concentracion, meditación, enfoque) no tiene por qué tener lado espiritual. Ni budas. Ni inciensos. Ni cánticos.
7. Pero puede ser una secta. Dependiendo de dónde, cómo y con quién, el yoga puede tener un componente pseudoreligioso inquietante. A algunos esto (como la religión en general) les vendrá bien y llenará sus huecos existenciales. A otros, el yoga místico y profundísimo nos da una mezcla de pereza y miedo. En clase de yoga, mi religión es mi cuerpo, no el universo en general, ni el tofu, ni la colgada de turno que marca los cambios de asana con unas campanitas tibetanas.
8. Así que infórmate antes de qué tipo de yoga vas a hacer, porque unos y otros a veces tienen muy poco que ver. Los hay relajantes y sosegados y los hay enloquecidos y durísimos. Los hay hechos en casa y los hay realizados en salas a temperaturas y humedades costaricenses. Los hay para ti y los hay para otros. Los hay para todos y los hay para nadie. Esto vale tanto para los estilos, como para los estudios y los profesores. Si encuentras el que cuadra con lo que buscas, enhorabuena. Si no, cambia. O huye, si es el caso.
9. Di “¡no!” a la “ropa de yoga”. Como concepto y como realidad, como todo. Rechaza esos anchos, esos cortes, esos cuellos desbocados y esa obsesión por la estética Norma-Duval-y-sus-hijos-posando-en-su-casa-de-Ibiza-en-1991. Lleva ropa deportiva cómoda, suave y discreta. No te disfraces. No eres Nacho Cano. No quieres ser Nacho Cano. Y si sí quieres, recuerda el comienzo de este post. Eres una de esas personas. Vade retro.
10. No te obsesiones y no des el coñazo. El yoga no va a cambiar tu vida. Sólo va a mejorarla. Poco o mucho. Y si no lo hace, no pasa nada. No eres mejor persona por hacer yoga. No molas más. Así que no me digas “deberías hacer yoga” cada vez que te cuento algún problema. Funciona, sí, pero tampoco es la panacea.
NOTA: las fotos de este post pertenecen a un interesante artículo del New York Times sobre cómo obsesionarse con el yoga puede ser más peligroso de lo que podría parecer en principio. Peligrosísimo, de hecho.
Jorge
16 julio, 2012
Este post es el pequeño empujón que necesitaba. Me has convencido. Esta semana empiezo. 🙂
Jorge
16 julio, 2012
Yo lo probé un día, y como tengo las muñecas delicadas (supongo que estar todo el santo día con un teclado en las manos no ayuda), lo pasé fatal. Mucho dolor y no vi que sirviera para nada, además de sufrir.
No sé, tal vez le dé una segunda oportunidad.
Muchas gracias por el post!
Lula P.
21 julio, 2012
yo no he probado el yoga, pero desde que hago Pilates (con las máquinas) me creo una contorsionista china. De no llegar a tocar el suelo con los manos estando de pie a creerme elasticwoman con superpoderes. No pain.
pero quiero probar el yoga y hacer el pinopuente! lo haré.