
Muchos espectadores de ‘Gran Hermano’ no saben por qué el programa se llama así. Haced la prueba, una vez más, preguntadlo. No lo saben o, peor aún, creen que sí y dan respuestas delirantes. Y tampoco es tanto pedir, ¿no? No seré yo quien abogue, ni en este blog ni mucho menos en el otro, por una televisión con vocación educativa y cultural. No es su función, al menos no la primaria. Pero tampoco estoy por la labor de apoyar o defender un medio que prácticamente se vanagloria de contribuir a la ignorancia, la estupidez y la superficialidad mal entendida. Por suerte, aún no hemos llegado a esto, pero todo se andará. En España no hemos inventado nada.
‘Gran Hermano’ y ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ pueden resultar divertidos durante unos pocos minutos, siempre que uno se situe en un plano superior a lo que está viendo en la pantalla. Que se sienta más y mejor que esa panda de gañanes y aprendices de prostituta. Desde el sofá, nos escudamos en lo irónico, lo meta y lo trash (yo el primerísimo) para reírnos de unos programas que hace tiempo que sabemos que no retratan nada real. Decidimos que nosotros, que directa o indirectamente pagamos por mirar, somos mejores que los que cobran por dejarse humillar (verbal, conceptual y estéticamente) ante las cámaras. Esto parece demagogia, pero no lo es: ¿quién se ríe de quién?
Otra cosa que sorprendió al cándido e implacable espectador medio hace años fue descubrir que a los participantes en estos concursos-circos se los paga por el sólo hecho de aparecer en la TV. Que eso es su trabajo, no necesariamente su realidad ni, como decía Mercedes Milà en unos tiempos que ahora se me antojan llenos de inocencia, un “experimento sociológico”. Que son los nuevos bufones y que gracias a ellos, el reírse de minusvalías, dramas e intimidades vergonzosas varias vuelve a estar permitido. Nos reímos de ellos, no con ellos, mientras la televisión se ríe de todos, porque ella sí que es el Gran Hermano de Orwell.
El espectáculo celtibérico y berlanguiano de ‘Gran Hermano’ y ‘¿Quién quiere casarse con mi hijo?’ es un reflejo distorsionado de la realidad, pero no algo completamente ficticio. ¿Quién no conoce a un deficiente mental camuflado bajo toneladas de músculo hinchado? ¿Y a un zorrón analfabeto cuya meta en la vida es comprarse un Cavalli de primera mano? Nos cruzamos con gente “tróspida” todos los días, incluso es posible que nosotros mismos también seamos un poco así(n). Eso sí, fuera de la pantalla, viva el silencio. Las quejas que no hacemos cada vez que somos testigos en directo de un comportamiento machista o un comentario racista las convertimos en chistes y sarcasmo si tales líneas las vemos en un show televisivo.
Cuanto más abiertamiente ficticio es un programa de telerrealidad (a este punto de paradoja hemos llegado, sí), más me gusta. O menos me juzgo a mí mismo mientras lo veo. Personajes tan cláramente “construidos” como Mario Vaquerizo, Mar Segura o Toya me divierten pero, sobre todo, me absuelven, con sus universos paralelos y frases sacadas de un guión de John Waters. Son bufones y lo saben. Y yo sé que lo saben. Eso sí, pregúntales a ellos también quién era Orwell, a ver qué te responden. Igual no tiene ninguna gracia. O sí, visto desde la superioridad de nuestro trono de espectadores listísimos.
hadrian117
2 marzo, 2012
Alto riesgo de contagio tras continuada exposición.No existe vacuna conocida.Usar bajo propia responsabilidad.
Adriii
2 marzo, 2012
¿Qué?¿Toya construida? ¡Si condujo tanques en Bagdad!
energumenosnob
4 marzo, 2012
«Don’t try this at home» deberían advertir antes de la emisión de estos programas.
Olayuss
14 marzo, 2012
pues yo soy anti realitys y nunca veo ninguno pero con el de las madres y los hijos me descojono viva. Y Toya es mucha Toya…
familiaphilips
20 marzo, 2012
Yo creo que hay dos tipos de participantes en esos programas: los que saben qué quieren conseguir con su participación y lo que tienen que pagar a cambio (y saben negociar y administrar el Debe y el Haber) y los que, por desgracia, se toman en serio a sí mismos y a la televisión; de estos últimos me da más cargo de conciencia reírme. Toya y cualquier pretendienta de su hijo son un ejemplo, respectivamente, del primer y segundo caso.