El no-cine

Posted on 29 abril, 2012

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Ver la cuarta película de la saga ‘Underworld’ en un cine de Palamós, tal que un miércoles de invierno, es algo entre la extravagancia y el absurdo. Era mi caso. El de mis dos acompañantes, hacerlo sin haber visto antes ninguna de las películas previas, no sé cómo calificarlo. Sólo os diré que era lo más entretenido que se nos ocurrió hacer aquella tarde, dadas las circunstancias, fecha, hora y lugar.

Bienvenidos al nuevo cine, al neocine, al no-cine.

‘Underworld: el Despertar’ comienza sin comenzar, es decir, recogiendo directamente el testigo de las películas anteriores. ‘Underworld: el dormir’ podría haberse titulado el film precedente, que a su vez necesita del anterior (¿’Underworld: El Ponerse el Pijama’?)  para tener sentido. Y así hasta el comienzo de la saga, que tampoco es que sea un inicio brillante y lleno de tramas por desarrollar. Nada de eso. Who cares.

Podríamos decir que mis amigos disfrutaron de ‘Underworld: Awakening’ sólo un poco menos que yo. Los numeritos de tiros, explosiones y las exhibiciones de pirotecnia y efectos digitales son igual de buenos para todos. Y la trama es suficientemente pueril y prescindible como para poder ignorarla completamente. Es éste un nuevo género cinematográfico o, mejor dicho, extracinematográfico, que queriendo estar llenísimo de contenido (pues para entenderlo hay que “saber” de que nos hablan, hay que haber visto, leído, incluso estudiado las mitologías ad-hoc) realmente está absolutamente vacío. Como ‘Resident Evil’, ‘Underworld’ no cuenta nada, sólo enseña cosas. Cosas que impactan, cosas que explotan. Y sí, las tetas de Kate Beckinsale entran también en esa categoría.

En el otro extremo del abanico de posibilidades narrativas, ‘Harry Potter’, ‘Los Juegos del Hambre’ o ‘Los Vengadores’, productos que, al márgen de su calidad (muy variable, incluso dentro de la misma saga), no son sino suplementos cinematográficos de colecciones de libros y/o comics y/o chucherías de merchandising previas y posteriores, complementos de otras cosas. Por sí mismas tienen tanto sentido como una película suelta de ‘Underworld’, con el agravante de que su clara vocación infantil impide que aquí sí que la Beckinsale (o equivalente) y sus tetas (o equivalentes) tengan vetado el acceso. Es curioso como la mejor de las películas de Harry Potter, ‘Harry Potter y el Prisionero de Azkaban’ sea quizá la única que se ha preocupado de mantener una estructura autocoherente digna, con su inicio, desarrollo y desenlace. Tampoco es que sea eso algo que le preocupe a su público obbjetivo. Ni que sea buena ni que pueda entenderse como obra completa en sí misma. Eso lo dejamos para los que siguen creyendo que una película es una película, no una película-episodio, ni una película-accesorio, ni un montón de explosiones y persecuciones en permanente homenaje-plagio a ‘Matrix’, la no-saga que decidió que el no-cine sería el futuro.

“¿Os explico un poco la película?” les dije a mis amigos a la salida del cine.

“No, no hace falta”, me respondieron. No porque se hubiesen enterado de algo, sino porque realmente, y tenían toda la razón, no hacía falta hacerlo. Porque da igual. Todo da igual. Who cares.

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