
La moda no es más frívola que el cine, el teatro o la literatura. Al menos, no por definición. Son muy pocos, quizá ninguno, los que pueden invocar la palabra “arte” cuando hablan de ella, pero muchos los que prueban que la moda (que no el vestirse, ojo, eso es una necesidad) no sólo es una manifestación cultural de primer orden sino además un reflejo del individuo y la sociedad, una herramienta de comunicación y a veces incluso un instrumento político. Además de una industria que genera puestos de trabajo y prosperidad. También injusticias, sí, pero ésa es otra historia. Una vez satisfecha la necesidad de vestido como protección contra los elementos, como artículo de supervivencia, es prácticamente imposible no tener que relacionarse con la moda como concepto. Del pequeño grupo de presuntos ajenos al fenómeno, sólo unos pocos realmente lo son. Quizá nadie. ¿Cuántas personas se visten cada mañana sin elegir, aunque sea de manera somera y rápida, prendas y accesorios? ¿Cuántas se ponen realmente “lo primero que saqué del armario”? ¿Y cuántos de estos “lo primero que saqué del armario” son además, “lo primero que encontré en la primera tienda en la que entré” o “lo más barato de entre todas las prendas que cumplían unas especificaciones teóricas previamente establecidas”? ¿Cuántas personas compran y utilizan la ropa completamente a ciegas, sin opinar sobre el asunto jamás? Yo sólo conozco a una. Es artista conceptual y vive prácticamente aislada. Ignora la moda, pero lo hace tan concienzuda y pone tanto esfuerzo en ello que su actitud es en sí misma moda. Alternativa, underground, propia o cómo quieras llamarla, pero es relación intelectual consciente con el atuendo. Rechazar la moda es moda.
Por eso me río cuando alguien ridiculiza la moda. En muchos de esos casos, son estas personas, aparente y autoconscientemente superiores a un fenómeno tan (para ellos) insultantemente materialista y vacío, las víctimas más indefensas, las que caen en la trampa sin saberlo. En ‘El Diablo se Viste de Prada’, mal libro y peor película, hay sin embargo una escena muy inteligente, por lo que cuenta, más que por cómo lo cuenta. El discurso de Miranda Priestly (la Anna Wintour reinterpretada -literalmente- por Meryl Streep) sobre un tono concreto de azul explica muy bien cómo uno no puede ser ajeno a la moda mientras viva en sociedad . Y cómo, ya que uno va a estar quiera o no quiera dentro de su rueda (que no en la de “las tendencias” o “las modas”, que son otras cosas, éstas sí que mucho más criticables), es mejor saberlo, aceptarlo y aprovecharlo, que negarlo y quedar de completo idiota. La moda te afecta, aunque tú no lo sepas. Y aunque tú no quieras.
(Por cierto, mi idea para este post era escribir unas cuantas descalificaciones mordientes a propósito de la última pasarela-payasada subvencionada madrileña. Lo dejo para otro día.)
Berta Favole
6 abril, 2012
Enhorabuena: de todos los que he leído al respecto, este post es el que mejor sintetiza la involuntaria relación que todos, sin excepción, mantenemos con la moda, por mucho que algunos se empeñen en negarla o tacharla de mera frivolidad femenina. Creo que tanto lo que nos ponemos como lo que no nos ponemos dice mucho de nosotros, de nuestros gustos y modos de pensar e incluso revela parte de nuestro mundo a los demás. Queramos o no, nos relacionamos a diario con la moda, así que como dices, aprovechémoslo!