Un dios ausente y cuatro salvajes

Posted on 23 noviembre, 2011

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Era inevitable que una obra de teatro como ‘Un Dios Salvaje’, que ha triunfado mundialmente, tuviese una adaptación cinematográfica. Lo que no era tan obvio es que fuese Roman Polanski quien la llevara a cabo. Por otro lado, ¿quién mejor que un reconocido maestro del cine para traducir a lenguaje fílmico algo tan tozudamente teatral como el trabajo de Yasmina Reza?

Y es que ‘Un Dios Salvaje’ no tiene cambios de acto reales, ni de escenario, ni entran ni salen más personajes que los cuatro (dos matrimonios enfrentados por una pelea entre sus respectivos hijos) con los que se comienza. Pocas cosas menos cinematográficas que esto, sobre todo si se huye de los planos rebuscados y del agregar por agregar. Polanski, que es un director de mirada fría y directa, no se entromete en la dinámica de esas cuatro fieras que son los Cowan  (Cristoph Waltz y Kate Winslet) y los Longstreet  (Jodie Foster y  John C. Reilly) y deja que sean ellos los que piloten la nave.

Y vaya si lo hacen. Demasiado. ‘Un Dios Salvaje’ ofrece no uno, sino cuatro personajes bombón. Es decir, que todos tienen uno y cada cual tiene el suyo. Terreno abonado para el histrionismo, más aún si el material original es una pieza teatral, escrita para aprovechar el lenguaje teatral y, en definitiva, para hacerse fuerte dentro del (poco) terreno que la pantalla aún no le ha robado al escenario. Cuatro personas discutiendo en un apartamento durante más de una hora, teatro puro, no es algo atractivo cinematográficamente. Como experimento igual sí, pero (afortunadamente) ése no es el camino que toma Polanski en su película. Él prefiere no estar y ésa, que es una de las grandes virtudes de la película, su limpieza, es también su principal defecto.

Porque digo yo que alguien tendrá que decirles a los actores que el teatro está pensado para ser visto desde una distancia (física y conceptual) que exige gestos exagerados, gritos y movimientos muy programados. Y que en el cine eso sobra, porque ya lo hacen las cámaras, los micrófonos y el montador. «Teatro filmado» es a veces lo peor que se puede decir de una película. En el caso de ‘Un Dios Salvaje’, no es un insulto terrible, pero sí hay que decirlo. Cuatro divos de postín dándolo todo, como si estuviesen en un escenario prestigioso, olvidando que el cine es otra cosa. Y un director que peca de discreto. Unos por exceso y el otro, por defecto.

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