
Blanca Portillo es fea. Pero no es la suya una fealdad ordinaria, como la tuya o la mía, sino una fealdad cruel: la de los actores, la que se multiplica por mil en la pantalla, que resalta todo lo malo y no potencia nada de lo bueno. La que permite que Jennifer Aniston sea una estrella. Y la que hace que ver a Blanca Portillo en televisión sea ver a una actriz fea dándolo todo a cambio de nada. Maldita (no) fotogenia.
Blanca Portillo es fea. Intuyo que también suficientemente lista como saberlo, como para no molestarle el oírlo o leerlo. Lista también para darse cuenta de que su fealdad cinematográfica sobre un escenario no existe. Porque La Portillo en un escenario es diosa, y su cara y su voz llegan sin adulteración hasta el último espectador de la última fila. El adjetivo “teatral”, casi siempre despectivo, en ella no lo es nunca.
Blanca Portillo es fea. Y me gustaría que estuviera orgullosa de ello. Cada vez que la veo en una película o una serie no puedo dejar de pensar en maquilladores, iluminadores y operadores de cámara neviosísimos. Pero cuando la tienes delante, ya sea a tres metros o a trescientos, en un escenario, ya sea éste de tres metros o de trescientos, la fotogenia que no tiene no importa. Lo de “la cámara no la quiere” es un cliché, pero en este caso es cierto. Las cámaras odian a Blanca, la convierten en una presencia blandurria y prescindible, un “trying too hard”, como dirían aquellos. Pero el escenario la ama. Y yo también.
gevitron
5 septiembre, 2011
la confirmación probablemente la tuvo cuando le propusieron el papel de inquisidora en Alatriste. Película a la altura literaria de la bibliografía de Arturo Pérez-Reverte. Si se envidian algo la peli a lo libros o viceversa será por patología
energumenosnob
11 septiembre, 2011
Sí, un círculo vicioso de egos locos y decisiones absurdas…